La única constante en el futbol de México, en los últimos años, es el desencanto. Los motivos pueden ser diversos, pero la sensación final es esa: un equipo saturado, que no encuentra soluciones y termina siendo presa de las expectativas que se le cargan. La última tanda de partidos amistosos ha vuelto a poner el dedo sobre la llaga. Fue el regreso tras una Copa Oro que supuso una auténtica bocanada de oxígeno, después de los meses de tristeza por el fracaso de Qatar 2022 y la turbulenta y nada fructífera gestión de Diego Cocca.
Un empate ante Australia, una selección de nivel mundialista, y de inmediato una voz unánime: jugadores como César Chino Huerta merecían el llamado desde hace mucho. Luego, tres días más tarde, de vuelta a lo de siempre: todos los jugadores son indignos de portar la playera del Tri. El cuento de nunca acabar para un equipo habituado a los extremos: o son los mejores del mundo por ganar cosas sin verdadera trascendencia, o son los peores cuando empatan dos partidos amistosos, de esos que el Tuca Ferretti bien hizo en bautizar como “moleros”.
No hay rumbo claro y faltan menos de tres años para la Copa del Mundo en la, en alguna medida, México será local. Ese escenario, tan propicio para enmarcar una actuación histórica, más bien inspira preocupación: ¿qué papel podrá hacer este equipo? Los espejos encienden más alarmas: Canadá y Estados Unidos trabajan como nunca para hacer de 2026 un punto de ruptura en sus respectivos historiales futbolísticos —lo podrán lograr o no, pero el método está ahí—.
En México no es así. Se hace todo al revés. Claro, en los hechos todo puede salir muy bien. Nadie esperaba que el Tri le ganara a Alemania en Rusia 2018, y lo hizo —para luego llegar al mismo lugar de siempre, aunque la hazaña quedó grabada con tinta indeleble—. Y algo similar puede pasar con México en tres años. Es futbol. Y es la Selección Mexicana, un equipo históricamente bipolar. Pero no hay espejismos que valgan cuando se habla del largo plazo.
Ahí está Japón que, con un proyecto sólido y de larguísimo plazo, empieza a cosechar frutos de manera recurrente. México lo tiene todo para aspirar a mejores asientos en el concierto futbolístico mundial: materia prima, lo más importante, más que el dinero incluso; infraestructura de primer nivel y, además, una masa social dispuesta a siempre otorgarle atención a los productos de consumo (Selección Nacional, Liga MX). ¿En dónde está el fallo entonces?
El Tri genera emociones negativas sea cual sea el desenlace. Y ellos son responsables de ese destino. Contrario a lo que sugieren algunas voces protectoras de la Selección Nacional —que hasta piden estudios sociológicos para entender el porqué del rechazo actual al combinado verde—, la afición no detesta a su equipo. Odia este presente que se ha prolongado por los últimos tres años, desde que Martino perdió la brújula la caída fue gradual, pero sin retorno.
Jaime Lozano no tiene una varita mágica y, en general, ninguno de los grandes problemas del futbol mexicano será resuelto a la brevedad. Pero todo se puede hacer mejor con lo que hay, con lo que existe. Cierto, la crisis de talento es real. Debería entenderse eso antes que nada. Y que no hay mucho que se pueda hacer para cambiarlo pronto, al menos de aquí a 2026. México, incluso en este momento, es mucho más que un equipo incapaz de ganarle a Uzbekistán. Deberá demostrarlo.