Los árbitros expresan que el mayor problema en el futbol infantil no son los niños, sino los papás, quienes cofunden el concepto de motivación por el de fanatismo, donde han brindado denigrante espectáculo, al enfrascarse en pleitos en las tribunas, mientras en la cancha los niños de los equipos contendientes observan como buenos amigos, el mal ejemplo de los aficionados.
No entienden que, más allá de un triunfo en la cancha, lo que vale más es el aprendizaje de los valores, pues estas son las mejores armas para enfrentar con valentía la verdadera batalla de la vida y con altas posibilidades de victoria.
El niño requiere de enseñanza, con quién festejar una victoria, o un refugio para soportar una derrota, una motivación que le enseñe que el éxito sólo estará con aquellos que no dejan de luchar.
Un niño que busca siempre exclamar que su papá es su máximo ídolo, pero también un padre que demuestre que es el fan número uno de su hijo.