Antaño se había establecido permitir el registro de cuatro extranjeros por equipo, con solamente tres en la cancha, con el propósito de foguear a los mexicanos.
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Era una buena idea, ya que los clubes le pensaban mucho para elegir a los fuereños que vinieran a nuestra patria, por lo cual se presentaron grandes luminarias que dejaron escuela a su paso por las canchas.
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Elementos que al paso del tiempo se convirtieron en ídolos, por ello el pueblo los apreciaba y se convirtieron también en la motivación de los niños y jóvenes de aquellos ayeres.
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Sin embargo, gracias a la tremenda corrupción que siempre ha existido, el futbol no podía quedar exento y llegaron promotores ofreciendo jugadores considerados la octava maravilla del mundo.
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Y cayeron en sus redes esos directivos deshonestos, quienes siguieron el juego, con el fin de venderles espejitos a los aficionados, quienes acuden a los estadios solamente para darse cuenta que fueron objeto de engaños.
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Ya que esos “monstruos” del futbol no llegaban a demostrar ni la quinta parte de lo que presumían, pero eso si, cargados de billetes, gracias a esos promotores, solapados por directivos, que a la postre engatusaron al aficionado.