Así era el gordo Sagrero, una persona carismática, entusiasta, pero con carácter templado, quien se mantenía ecuánime, ante la actitud de algunos delegados, que acudían a protestar alguna anomalía en los encuentros.
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Muchas veces observamos a los delegados muy molestos por los incidentes de su encuentro y aunque el grueso los arreglaba el buen amigo Lorenzo González, los de mayor grado eran enviados con Sagrero.
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Pero al ser recibidos en la oficina y escucharse altas voces de protestas, al paso de los minutos estas bajaban de tono y como por arte de magia, los delegados salían muy sonrientes, incluso algunos de ellos disculpándose por su actitud.
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La primera ocasión que fuimos testigos de estos casos, acudimos a dialogar con el gordo Sagrero, con el fin de conocer el secreto para calmar los ánimos caldeados de los delegados.
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El gordo sonreía y mencionaba; “es más el escándalo que hacen, simplemente se les escucha y se investiga el caso, para informarles porqué se tomaron esas decisiones”.
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“A los delegados les guasta que los escuchen, -decía- y cuando no tienen la razón se les explica, o bien si la tienen, se les arregla y así todos contentos”.