Los buenos entrenadores (no los estrategas) saben escuchar a los niños, que están ávidos de conocimientos, apoyados y guiados por el camino correcto, trabajo que le corresponde al padre, pero, por desgracia muchos de ellos ignoran a los hijos, por falta de tiempo, por apatía, que incrementa el trecho en la relación padre-hijo.
Y es ahí donde entran al rescate los entrenadores infantiles, pues casos hay que los papás van y dejan al niño al entrenamiento o al juego y se retiran para volver por ellos al final del mismo.
No se enteran qué sucede, no están cuando el niño busca con quién festejar un triunfo, o quien lo anime en la derrota y se refugian en el entrenador, al que le dan el cariño que deben dar a su padre, pero este lo rechaza, al grado que los mismos entrenadores nos han confiado que en ocasiones se hace un nudo en la garganta, cuando algún niño exclama: “¡a mí me gustaría más que usted fuera mi papá!”