Continuamos con Libro “La Tauromaquia en México” por Antonio Navarrete.
Antonio Fuentes
El gran “Lagartijo” fue el creador del estilo, la nota personal que después se convierte en un elemento esencial para juzgar a los toreros, y que antes de él significaba mucho menos en la lucha a muerte con los toros, cuando la suerte suprema acaparaba la atención del público. En la última época de “Guerrita” surgen “Bombita” y “Machaquito”, los tres en la línea del toreo que tiene como fin principal el dominio del toro.
Pero por esos años de la última década del XIX, sale también un torero que recuerda a “Lagartijo”, alguien que domina al toro no como un objetivo, sino como un medio de expresión taurina: la elegancia, la estética, el valor del bien hacer sin afectación alguna, solo para manifestar el garbo que la especie humana es capaz de alcanzar enfrente de un animal tan rumboso como el toro de lidia.
Sin embargo, como todos los toreros de gran clase, no conservaba la misma tónica en todas sus actuaciones y era calificado de medroso y abúlico. También, como ellos, cuando un suceso desgraciado ponía el corazón del público y los toreros en un puño, era él quien daba un paso adelante con serenidad admirable. Tal aconteció en las corridas donde perdió la vida “El Espartero” en la plaza de Madrid y fue herido mortalmente Antonio Montes en la primitiva Plaza México, donde los aficionados, al mismo tiempo que lamentaban las desgracias ocurridas, se hacían lenguas de valor y torerismo de su alternante Fuentes, que en ambas ocasiones tuvo grandes tardes.
Inauguró mano a mano con Enrique Vargas “Minuto” la mencionada Plaza México, en la Calzada de la Piedad, y fue aquí donde vistió de luces por última vez, en 1922, alternando con Gaona en El Toreo. Ese cartel fue confeccionado para poder admirar juntos, a los dos toreros que con las banderillas en la mano han sabido andarles a los toros con más arte.
Se cuenta también, que estando en el callejón puso a un toro en suerte golpeando la orilla de la berrera con los palos, de un terreno a otro, para después regresar a donde había partido, saltar al ruedo y colocar un quiebro impecable. Estalló una ovación inmensa. Los acordes del pasodoble, tal vez “La Giralda”, se hicieron más sonoros. Las mujeres, entonces muy escasas en las plazas, se acomodaron la mantilla y los hombres encendieron un habano. Era Fuentes, el Maestro de la Coronela.
Continuará… Olé y hasta la próxima.