Arte y Figura 01 02 24
El Nolo
Continuamos con Libro “La Tauromaquia en México” por Antonio Navarrete.
Señoritas toreras
En el verano de 1785 llegó a México un nuevo Virrey, Don Bernardo de Gálvez, Conde de Gálvez, que al ser hijo del anterior ya había vivido en la capital de la Nueva España, donde se había hecho manifiesta su afición a la tauromaquia. En consecuencia, a su venida fue organizada una grandiosa temporada taurina, en dos plazas diferentes. Una para el ensayo previo de los espectáculos, la del Hornillo, y otra que tuvo una larga tradición, la del Volador, a un costado del palacio virreinal. En esta ocasión extraordinaria, el Señor Virrey, con su esposa, se dignaba a pasear por la plaza en carruaje abierto por los dos costados, antes del inicio de las fiestas. Además, fueron lanzados globos aerostáticos durante las corridas, que duraban unas todo el día y otras solo la tarde. Pero en una de ellas, la celebrada el 15 de noviembre, el Señor Virrey tuvo un gran sobresalto al ver que una ahijada suya, sin pedirle permiso, se lanzaba al ruedo para dar unos pases, que causaron la emoción del público y la suya propia, teniendo que aceptar el hecho sin imponer ningún correctivo, dado que sus inclinaciones taurinas eran de sobra conocidas. Fue así como en las siguientes corridas hubo otras atrevidas señoritas que hicieron lo mismo, tal vez con el animo de complacer al nuevo mandatario, resultando una temporada de las más lucidas que hasta entonces se recordaban. Por desgracia, este virrey tan taurino no estaba a salvo de las intrigas cortesanas, y muere al año siguiente en circunstancias sospechosas.
La Cuñaca Taurina
Otra variedad de las funciones taurinas para lograr el regocijo popular, era plantar un poste en medio de los improvisados ruedos y untarlo de sebo o jabón para hacer más difícil treparlo.
El que huía del toro tenía la alternativa de subirlo como pudiera, pero el principal atractivo era un premio colocado en la punta, cuya cuantía resultaba proporcional a la importancia de la función.
Doblones de oro, ropa, sombreros o dulces, iban acordes al tiempo y lugar que se ofrecían, siempre como un gran atractivo para actores y público en general, pendientes de la circunstancia de que hubiera o no cucaña en las corridas, lo que ayudaba a clasificarlas dentro de una determinada categoría.
Continuará… Olé y hasta la próxima.