Arte y Figura

ARTE Y FIGURA

El Nolo

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Pepe Alameda

Carlos Fernández Valdemoro empezó por firmar las crónicas de las corridas celebradas en El Toreo, aparecidas en la revista La Lidia, allá por los primeros años de la década de los cuarenta.

 Había llegado a México en compañía de su hermano Felipe, cuando el triunfo del fascismo en España hacia más que difícil la vida de la familia de un importante funcionario en el gobierno republicano. Ahí quedo su hermana Victoria, Picuqui de cariño, cuando el mismo, aunque muy joven era ya todo un hombre, forjado en la desgracia que supone estar del lado de los vencidos en un conflicto armado.

 Luego vienen sus columnas Tendido y Brindis en Excélsior, firmadas ya con el seudónimo de Pepe Alameda, y es entonces que empieza a utilizar su frase: “el toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega”. Después fue apoderado de la gran figura novilleril Tacho Campos. Se casa con una guapísima señora de nombre Xóchitl. Su hermano Felipe muere en un desgraciado accidente de auto, mientras él continua ejerciendo el periodismo taurino entre nosotros.

 Cuando empieza la televisión en la década siguiente, se aprovecha su buen decir y aparece en varios programas como animador, aunque nunca abandona su pasión taurina y sigue practicando lo que de verada hace bien: hablar de toros.

 Sin embargo, sus estudios de derecho en la Universidad de Madrid habían dejado en él un germen de intelectual que era incubado por el tiempo y lo llevaba inevitablemente a la poesía. Amigo en España de García Lorca, Bergamín, Gerardo Diego y Rafael Alberti, la crónica taurina solo la usaba como la anécdota que le permitía expresar su experiencia humana en forma de literatura.

 Llega el día en que escribiendo de toros comunica plenamente quien es, como piensa y como siente, y tratando cualquier otro tema es capaz de recrear al mundo y la vida. Sin embargo, aun siendo un gran prosista la expresión poética lo desborda siempre y dice acerca de “Manolete”: “fiel a ti mismo, de perfil te veo, como ya te verás eternamente, esqueleto inmutable del toreo”. Pero todo sigue, incontenible.

 Picuqui se casa en Madrid con un viudo celebre, el gran Maestro Domingo Ortega. Pepe Alameda se casa de nuevo con la afamada estrella de variedades “Sátira”, a quien convierte en la cantante de ranchero Mercedes Rojo, y en cuya compañía experimenta la gran emoción que supone para el regresar a Madrid.

 Por fin lo alcanza el destino en la tierra donde vivió, creo, fue feliz, y seguramente también lloró.

 Años antes había dicho a propósito de un cuadro que representa a un torero muerto: “sin luces, sin memorias y sin pena, a la hora infinita del gran cero, en el vacío de la plaza llena”.

Continuará… Olé y hasta la próxima.