“El Nolo”
Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral
Don Dificultades
El llamado ogro del Pino era en realidad un pan, que había ayudado a Jesús Guerra “Guerrita” durante toda su trayectoria taurina, nada más que por saber las angustias vividas en su afán de ser torero, llegando inclusive a ser detenido por defender ante la empresa los intereses del novillero tehuano Edmundo Zepeda.
También justificó a Balderas cuando se insolentó ante “Monosabio”, y sin excepción siempre estuvo del lado de los débiles, de los soñadores, de quienes tenían como único capital la fantasía heroica de convertirse en figuras del toreo.
No serían pocos aquellos a quienes hizo un reportaje periodístico toreando de salón o en una ganadería, con el fin de alimentar sus ilusiones, a la espera del milagro de llegar a ser toreros. En sus columnas, siempre muy leídas, sacaba a relucir sus “gatos”, que no eran más que cáusticos comentarios acerca de la realidad taurina, donde además de promocionar a sus toreros, trataba invariablemente de incrementar el auge del espectáculo.
Hijo amantísimo, nunca abandonó a su madre, verdadera columna de su pequeño hogar en la colonia Santa María, donde siempre había un interminable desfile de torerillos. Uno de ellos, emigrado de España en su niñez, fue el gran “Joselillo”, surgido con Fernando López durante el breve pero deslumbrante periodo en que la figura de “Manolete” ocupaba la cúspide no alcanzada jamás en México por ningún torero.
Por ese entonces vinieron al país una intelectual y una pintora norteamericanas, quienes seducidas por aquel ambiente de sol y sangre decidieron permanecer aquí para vivirlo plenamente.
La Dra. Lee Burnet escribió hasta su muerte impecables artículos taurios para El Redondel. La gran pintora Lita hizo retratos al pastel de las personalidades de la época, incluyendo entre ellos al de “Don Difi”, quien parece que está a punto de decir “miarramiau” antes de soltar uno de sus famosos gatos.
Ese retrato mereció ser recreado ahora al óleo, para inmovilizar de nuevo el gesto y la mirada inquisitiva de don José Jiménez Latapí. Murió a las pocas semanas de mudarse a un barrio residencial al sur de la ciudad. No pudo vivir más el ambiente populoso de la calle del Pino. Que se debe vivir donde se puede, oye tú, como tal vez hubiera dicho antes de iniciar una de sus inolvidables charlas cargadas de humanismo, que invariablemente terminaban siendo taurinas.
Continuará… Olé y hasta la próxima.