ARTE
Y
FIGURA
POR “EL NOLO”
Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral
Heriberto García
El final del año 1929 se desarrollaba en México cargado de acontecimientos. El Presidente Portes Gil había propuesto leyes más liberales en relación con las formas del culto religioso, leyes que habían venido a resolver el grave problema social del alzamiento cristero. El País, por primera vez desde hacía más de 15 años, comenzaba a apaciguarse de manera evidente.
En materia taurina, Esteban García fue herido en Morelia por el novillo “Aleve” de Queréndaro, la noche anterior al domingo en que su rival novilleril, Carmelo, había de tomar la alternativa en El Toreo. Esteban muere a los 4 días, y Carmelo, fina su atención en los tres ases españoles contratados: “Cagancho”, Antonio Márquez y Félix Rodríguez.
Para el 8 de diciembre de 1929 El Toreo anuncia una corrida de La Laguna que deben lidiar mano a mano “Cagancho” y Heriberto García, joven matador alternativado sólo un año antes. Había toreado 9 corridas en España, y testigo en la alternativa de Carmelo por “Cagancho”, esa tarde no había pasado los límites de la discreción. Pero el mano a mano con el torero gitano suponía para Heriberto la oportunidad de consagrarse.
En segundo lugar sale “Vigía”. Su labor es completa con capote, banderillas y muleta. Al llegar la hora de la verdad cita a recibir y propina un gran pinchazo. Repite la suerte y mete la espada hasta cruceta. El público celebra el nacimiento de una nueva figura del toreo. Le otorga los máximos apéndices y le hace dar varias vueltas al ruedo entre ovaciones que según testigos presenciales parecía que no iban a terminar nunca.
Resulta el triunfador de la temporada. Obtiene la oreja de oro en competencia con los tres grandes toreros que nos visitaban. Llega a España en abril de 1930, contratado para torear la inauguración de la temporada en Madrid, con “El Exquisito” y “Marea II”, toro de Bernaldo de Quirós. Era el momento de darlo todo.
Después de una lidia completa al quinto, en el que el entusiasmo del público otra vez alcanzaba el límite de los grandes acontecimientos, cita a recibir. Pincha la primera vez. Mete toda la espada al segundo intento, pero el pitón del tortazo lo prende por el muslo derecho, y volteándose le destroza desde la rodilla hasta lo que se llama la cresta iliaca, o sea el extremo del abdomen. Recibe los máximos trofeos antes de la anestesia.
Después de algunos meses vuelve a torear, sobre todo en México alcanza las alturas del arte taurino. A partir de “Vigía” es para siempre Heriberto. La muleta garra. El Maestro de Singuliacan.
Continuará… Olé y hasta la próxima.