Arte y Figura

ARTE Y FIGURA

“El Nolo”

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Fermín Rivera

En la esquina de Paseo de la Reforma y Río Mississippi existe un enorme solar actualmente dedicado a estacionamiento. En ese lugar, el banderillero de confianza de Gaona y extraordinario maestro del arte taurino, Don Alberto Cosío “Pataterito”, el “Patatero” para las gentes de su confianza, había instalado un centro de entrenamiento y enseñanza para torero y aspirantes a serlo.

 Con la escuela de Gaona, don Alberto enseñaba no sólo la técnica necesaria para burlar la embestida de los toros, sino también como hacerlo con la necesaria elegancia de un matador, actitud que en la brega tiene que ser distinta del todo a la de un peón o subalterno.

  Del corral de “Patatero”, como se le conoció por muchos años, surgió Heriberto García, quien de novillero hizo pareja con “Armillita” y luego llegó a figura del toreo. Por aquel entonces, un honrado ferrocarrilero de San Luis Potosí se encontró ante la situación, más bien problemática, de que su hijo Fermín, un niño casi, había resuelto emprender la temible ruta del toreo. La decisión paterna fue recomendar al adolescente con Don Alberto, quien lo llevó a vivir a su casa, situada sólo en la acera de enfrente de la Reforma, para someterlo a un intenso entrenamiento taurino que prácticamente no tenía interrupción.

 El joven Fermín Rivera derrotaba a todos en cuanto a ejercicio físico y amor por el oficio se refiere. Debuta en El Toreo en 1934, contando sólo con 16 años de edad, y la siguiente temporada es el novillero triunfador. Toma la alternativa el 8 de diciembre de 1935, de manos de “Armillita”, teniendo como testigo al vallisoletano Fernando Domínguez. Al de la alternativa, “Parlero”, de Rancho Seco, le corta las orejas.

 Pero tan felices augurios son poca cosa tratándose de una carrera tan difícil. Por un lado había muchos y muy buenos toreros, para alternar con los cuales hacía falta algo más que el valor y la pinturería de un joven matador. Por otro lado, la vida, complicada siempre, le mostraba su gesto más torvo. Fermín Rivera con una voluntad de hierro, seguía adelante, soportando cornadas y el desafecto de la poderosa empresa de El Toreo, la plaza que da y quita, expresión entonces muy en boga. Pero sobre todo, evoluciona en la forma de realizar su arte.

 De un torero valiente, alegre y variado, se convierte en un maestro que domina a los toros con la muleta y los torea en redondo como el mejor lo haya hecho. Es hasta la Plaza México donde se encuentra a sí mismo, después de varias temporadas españolas y numerosas corridas en los estados, donde jamás le faltaron contratos.

 Estando en la cumbre, lo ataca un infarto en Monterrey, mientras lidiaba a “Venado”, de Tequisquiapan, al cual cortó, no obstante, los máximos trofeos. Reaparece sólo para ratificar, sin duda posible, quién era en los ruedos. La tarde de su despedida, en febrero de 1957, le corta las orejas a sus dos toros y su última faena, a “Clavelito III”, de Torrecilla, la inicia de rodillas. Ahí está con la izquierda, toreando en redondo. Es Fermín Rivera, el Maestro de San Luis.

  Continuará… Olé y hasta la próxima.