El Nolo
Continuamos con el Libro “La Tauromaquia en México” por Antonio Navarrete.
Rodolfo Gaona
Cuando “Ojitos” vio a Rodolfo por una calle de León, – “¿a un chamaco, un héroe, un golfo?”, se preguntará años después el poeta montañés Gerardo Diego-, estaba absolutamente convencido de que para ser torero lo primero es parecerlo. Y nadie como aquel adolescente para caminar y moverse con aires de gallardía. Luego, llegó a ser de los pocos lidiadores de quienes se ha dicho que verlo hacer el paso de las cuadrillas desquitaba el precio del boleto.
Cuando llegó a España, en 1908, acababa de cumplir los 20 años de edad, y un torero mexicano en la península era todavía algo exótico. ¿Por qué? Volvamos a la poesía española:
“Solo un meca, un Califa,
Desde Roncal a Tarifa,
Quiso el Padre del Toreo,
Sólo un número en la rifa,
Al hijo de Zebedo.”
Este hijo, naturalmente, no es otro que Santiago Apóstol, evangelizador de España, país inventor del toreo, por la gracia de Dios. Pero ¿Qué es lo que pasa?
“Y una india matriz concibe,
Más allá del mar Caribe,
¿a un chamaco, un héroe, un golfo?
Y lo cristiana y lo inscribe
Con el nombre de Rodolfo”
Aquel torero extranjero compite en España durante dos épocas del toreo, la de “Machaquito” y “Bombita”, y luego la de oro, insuperable, junto a “Joselito”, domador de la gloria y de la suerte, que al morir hizo verter lágrimas de verdad a La Macarena, y de Belmonte, el pasmo de Triana, el terremoto, el revolucionario, que aprendió a torear por las noches, la luna, en su balcón, de presidenta. Terminemos el verso de Diego:
“Y el nuevo Martín Lutero ya se estira y apersona, y se estiliza, altanero; que elegancia de torero, la de Rodolfo Gaona; pues su quiebro de rodillas, y su larga, su verónica; su tercio de banderillas, merecen, no estas quintillas, ¡otro Bernal y otra crónica!”
Continuará… Olé y hasta la próxima.